Cuando José Manuel Lorenzo nos llamó para encargarnos la segunda temporada lo primero que surgió sobre la mesa fue la petición de ir un paso más allá ¿y qué narices significa eso? Vete tú a saber pero tocaba rebanarse la cabeza para buscar ese camino. De alguna manera nos sentíamos como ese José Antonio intentado no morir de éxito. Lo fácil es llegar, lo difícil es mantenerse…
Había que reunir al equipo de nuevo y volver a encontrar las sensaciones. Somos un equipo que lleva tiempo trabajando juntos y ya de por sí andamos con el miedo a reiterarnos así que recibimos la propuesta como un gran reto. La serie había funcionado muy bien para el espectador en la primera temporada y tampoco queríamos desvirtuarla o alejarnos de su esencia pero sí que vimos claro que los juegos se iban acabando y las cosas se ponían más serias para nuestros personajes. Era importante no morir de gravedad. Los guiones no lo ponían fácil dejando a nuestros personajes cada vez más acorralados emocionalmente por lo que era importante bajar a la tierra los textos y encontrar el respiro para el espectador. Había que hurgar en las secuencias para encontrar esa vida más allá de la trama. Si algo teníamos claro desde un principio es que la serie seguía siendo una serie de personajes y había que potenciar más si cabe el desarrollo de cada uno de ellos. Encontrar sus miedos, sus placeres, sus inseguridades, sus manías, sus detalles…
Al reencontrarnos con los actores vimos enseguida que los personajes volaban solos. Se notaba en los ensayos que esos personajes-actores se conocían de toda la vida y era muy sencillo como directores sentarse junto a ellos y simplemente observarles. De alguna manera intentamos robarles su intimidad sin que se dieran cuenta.
Reflexionando sobre los guiones llegamos a otra conclusión que nos ayudó mucho a encauzar la serie. Empezamos a entender la temporada como la historia de un tipo que no sabe leer las señales que la vida le va mandando ¿cuantas señales necesita José para dejar esta vida? ¿Sabría vivir José de otra manera? Por supuesto, eso es el subtexto mientras que explotándote en la cara te encontrarás como espectador con traiciones, amenazas, asaltos, muertes… pero era importante acompañar a nuestro protagonista en ese viaje hacia una posible madurez e intentar que entendiera que si seguía así acabaría quedándose solo. Otra cosa es que José nos haga caso porque terco es un rato.
Un aspecto sobre el que pronto empezamos a obsesionarnos fue el de la pegada. Sentíamos que esta segunda temporada debía tener mayor pegada. No hacer excesivas concesiones y retratar de forma contundente las brutalidades que van ocurriendo en el fuego cruzado de la guerra entre José y Fausti. Ejecuciones, extorsiones, palizas, atentados… intentar darle peso a estas situaciones. Tocaba ser más descarnados.
Por otro lado a nivel estético el paso más allá lo íbamos a traducir en una estilización, en un resultado algo más sobrio, en reposar un poco más la cámara cuando fuera necesario, en encontrar localizaciones descomunales que nos pesaran y oprimieran a nuestros personajes o en controlar más la paleta de colores,
Y por si esto fuera poco encima teníamos delante el reto de México.
El refugio de nuestros protagonistas y relación de amor por parte de uno de ellos. Un México diferente, nuevo para los personajes y los espectadores, un México lejos de sus referencias más características. Los espacios juegan a la inversa de Madrid. Buscamos darle una identidad, un vacío en los personajes que contraste con la rutina y batallas en Madrid. Un paralelismo frenético que acaba dándole a José Antonio la fórmula para reinventarse y aventurarse a nuevos retos.
En definitiva esta temporada nos situaba en un abismo de claros y oscuros y nuevas posibilidades para hacer del Inmortal una serie de sorpresas y traiciones donde el espectador no descansa, donde el amor, la amistad y la familia avanzan hacia una oscuridad con puntadas de humor negro.